Escapada a Ribera de Duero. El paisaje castellano (el de media España en realidad) está mutando de la variada gama de verdes de mayo a los amarillos que adelantan ya la llegada del verano.
Las enormes llanuras cerealistas de trigo y cebada combinan estos dos tonos y los mezclan aquí y allá con los rojos de esa mala hierba translúcida que es la amapola.
Los viñedos completan la magia de este paisaje con el patrón rallado de las largas filas de vides. El familiar gusto humano por el diseño en linea recta. Aquí es el rey de los cultivos. Ocupa el fondo del valle y trepa también en ocasiones por las laderas de este universo mezclado de tierra llana y suaves colinas. El cielo, azul y salpicado de blancos algodones, es el contrapunto perfecto a los tonos tierra del suelo.
El viento barre las planicies y bajo el sol el cereal brilla y se balancea en formación de ondas, como un mar de oro en el que apetece sumergirse y perderse.
Dista mucho este de ser un paisaje agreste. Ni siquiera silvestre. Su geometría lo delata. Pero eso no le resta interés ni emoción.
Otro día hablaremos de vinos y bodegas.
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