Capeando la crisis y aún con la cuesta de enero en el rabillo del ojo aprovechamos unos días en los pasados carnavales para acercarnos a Venecia.
Visitar la patria de Marco Polo era una asignatura pendiente desde hace tiempo, y hacerlo durante las paganas fiestas de Saturnalia (las fiestas romanas en honor al díos Saturno que originaron con el tiempo la navidad y los carnavales) ha resultado ser un acierto.
La ciudad es magnífica. Una isla geográfica, cortada por cientos de canales y separada del continente por un puente de tierra, pero durante nuestra visita me ha parecido que esa naturaleza insular es también una síntesis de su espíritu. Que conserva también la capacidad para aislarse del tiempo, para escapar de la realidad y susurrarle en voz baja al viajero que a veces es posible traspasar los límites de la cordura, que todo es posible, que la mascarada que le aguarda tras cruzar el umbral de la ciudad va a llevarle en un viaje por la belleza y la imaginación.
Seguramente muchas cosas han cambiado en la ciudad. Pocos lugares se salvan ahora de la glotonería de los mercados y de su creciente capacidad para añadir más fealdad y vulgaridad al mundo. Y tengo que reconocer que tenía ese miedo antes de viajar a la capital del Véneto. Temía que el turismo de masas y la globalización hubieran echado a perder el legendario atractivo del lugar.
Pero al parecer no todo se ha perdido todavía.
Aunque Napoleón y el siglo XIX acabaran con el sueño de la Serenísima Republica de Venecia (que hizo florecer el comercio, inundó la ciudad de palacios y vió nacer a genios del arte como Tintoreto, Tiziano, Verones o Vivaldi).
Aunque Venecia no sea hoy la ciudad legendaria del pasado, y sus carnavales no tengan el esplendor y el desenfreno que en el siglo XVIII conoció Casanova, otro de sus hijos ilustres.
O eso dicen los libros de historia.
O eso dicen los libros de historia.
Yo no se en realidad lo que era la ciudad en aquellos tiempos y que ocurrió con ella. Lo que creo, o quiero creer, es que a pesar de todo Venecia continua respirando belleza.
La belleza decadente de las ruinosas fachadas palaciegas que asoman al gran canal. La belleza insinuante y turbadora de unos ojos que te miran tras una máscara en el barrio de Santa Croce.
La serena belleza de los campanarios de las iglesias que rasgan la niebla del amanecer cuando ves la ciudad despertar desde el Palacio Ducal.
Y hasta la terrenal belleza que derrochan los
italianos al esgrimir con pasión su idioma en cada esquina de la ciudad (creo para ellos hasta comprar un par de manzanas en un puesto ambulante requiere cierta puesta en escena).Vamos, que Venecia es en estos días un grandioso espectáculo, donde la vida se transforma en puro teatro.
En fín, todo eso nos queda aún.
Dice uno de los protagonistas de "Muerte en Venecia" que "....aquel que ha contemplado la belleza esta condenado a seducirla o morir". Ya se que suena un pelín cursi, aunque creo que después de haber estado entiendo mejor lo que quería decir. Bueno, yo por mi parte solo espero vivir lo suficiente para visitar de nuevo la ciudad.
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2 comentarios:
Un reportaje de lujo!!! Mis más sinceras felicitaciones!!
Un saludo, Francesc
Creo que te acompañare a algún viaje de esos, jejejeje.
Preciosas
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