Allí, a escasos metros de la orilla del mar, comienza el reino de una raza diferente de hombres. Escaladores. Hueso, piel y músculo que parecen haber hecho un pacto con la gravedad y con la roca para llevar adelante una particular coreografía. Pies y manos de artrópodo que buscan en un baile tenso y estético a la vez cualquier oquedad, cualquier fisura donde aferrarse para seguir ascendiendo. La danza de la araña.
La coreografía siempre es compartida. Hay un danzante principal que asciende y otro que le observa desde abajo. Como una marioneta invertida el escalador pende de un hilo de araña que su compañero vigila y controla. Su integridad física depende de ello. Y la tranquilidad de espíritu necesaria para elevarse. Por que la gravedad es traicionera y en cualquier momento puede romper el pacto. Ya lo decía Newton, todo lo que sube......
Poco a poco el hombre va doblegando el escarpe. Es un trabajo incesante de búsqueda, de rastreo visual. Unos pies de gato y un poco de magnesio para afianzarse. Física y mentalmente.
En algunos lugares la misma roca parece querer asomarse sobre el acantilado para observar a aquellos que osan retarla.
Finalmente el escalador alcanza su destino vertical y se relaja para acometer un suave descenso con el que termina este ritual de apareamiento con la Madre Tierra. El escalador vuelve entonces a su condición de ser bípedo y la magia se desvanece en este reino de los hombres araña.
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